Falleció Salvador, un cabrero de Arona -sur de Tenerife- conocido en toda Canarias por su destacado papel en la conservación y difusión de la cultura tradicional canaria. En homenaje compartimos con ustedes un artículo de Javier Feo sobre su figura.
Javier Feo. El Día. Hombre afable, cordial, entrañable y un gran orador y conversador son algunos de los adjetivos que Salvador González Alayón se ha ganado con el paso de los años. Este cabrero aronero insigne de casi 91 años lleva con amor y gran recuerdo su profesión, que le han hecho merecedor del respeto y admiración no sólo en su pueblo natal, sino también en el resto de la comarca y de la Isla. De hecho, en El Fraile cuenta con una calle, le han rendido homenajes distintas asociaciones, está dentro de libros de texto de la enseñanza e incluso le han llamado desde la Universidad de La Laguna (ULL) para que relate sus experiencias, sometiéndose posteriormente a las preguntas de los alumnos. Además, está considerado como descubridor, ya que en el invierno de 1932 halló el asentamiento guanche de Guargacho mientras estaba realizando la trashumancia con su rebaño, circunstancia que le permitió conocer al historiador Diego Cuscoy.
Muchas son sus vivencias y recuerda, sin necesidad de una "chuleta a mano", toda su vida: desde su niñez a la adolescencia, donde incluso participó en la Guerra Civil, así como la posguerra y su etapa como trabajador de la construcción de carreteras, donde participó en la creación de la calzada de El Camisón (Playa de las Américas) y la de La Centinela (Valle San Lorenzo-San Miguel de Abona). Ahora bien, la mayor actividad de este ilustre aronero fue como cabrero al ejercer más de medio siglo la profesión de cabrero, tomando el relevo a su padre después de su muerte, pasando por sus manos miles de cabras durante este tiempo.
Salvador González, que nació un 15 de noviembre de 1919 en la Cañada Verde y que realizaba sus labores de pastoreo entre la zona del Bebedero (Rasca) y El Monte (San Miguel de Abona), señala que "las cabras conocían mi estado de ánimo en cualquier momento y sólo con silbarles ellas ya sabían lo que tenían que hacer y a dónde dirigirse. Al igual, que los perros "Copito" y "Conde", que cuando les daba una orden ellos ya sabían lo que tenían qué hacer con el ganado".
Fue, sin duda, una época muy entrañable y como buen cabrero conocía perfectamente lo que le ocurría a "La Ballena", "María Romana" o "Mariposa", así como a cualquier otra cabra de su rebaño. En algún momento como pastor llegó a contar con más de 400 cabezas de ganado. "Cuando alguna de las cabras tenía una oreja para atrás y la otra para adelante mientras se ordeñaba eso significaba que el animal tenía alguna enfermedad" y había que averiguar lo que le pasaba para intentar remediar el mal que le aquejaba, relató emocionado González Alayón.
Señaló también que en la época de "enamoramiento" de las cabras había que mojarlas con agua salada para que fueran más receptivas y se facilitaba que "quedasen preñadas. En los momentos de los partos, en numerosas ocasiones tuve que ejercer de partero ante la falta de veterinarios. Además, algunos eran un poco brutos con los animales". "Si el baifo venía virado me aceitaba la mano" y ponía bien al animal, "con ello se conseguía salvar al baifo y a la cabra. Una vez la cría fuera del vientre le daba de beber medio litro de vino con el objetivo de desparasitarla", rememoró Salvador.
Hoy en día muchos cabreros le consideran un veterinario y "me vienen a pedir consejos" en base al trabajo, esfuerzo y las experiencias de más de medio siglo de dedicación al mundo de las cabras.
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