25 nov 2010

El último aguijante

Dibujo: Eduardo González

IẒUṚAN. El garrotista, investigador y artista Eduardo González recogió fielmente esta vieja leyenda canaria de viva voz del pastor grancanario Manuel Guedes, de Casa Pastores (Santa Lucía de Tirajana). Este relato aún contiene los ecos de la conquista de la isla de Gran Canaria. La leyenda del 'Ultimo Aguijante' es una reliquia de la tradición oral que hasta ahora había sido ignorada o desconocida por otros investigadores.



"El último aguijante"

La palabra “guanche” es una palabra moderna que de hace poco nos la acabamos de inventar. O eso es, por lo menos, lo que opinaba Manolito Guedes. Nos decía este pastor que nunca la oyó decir por boca de sus abuelos, ni por persona alguna que fuera más viejo que él. Menos aún que sirviera para designar a los antiguos habitantes de esta isla. Ni tan siquiera a los de Tenerife.


Los pastores y pastoras de las cumbres de Gran Canaria usaban las palabras “aguijantes” o “canarios” cuando trataban de nombrar a los moradores que vivían en estas tierras antes de la guerra, no la Civil del 36, sino la que inició Hispania en los albores de 1400. E incluso llegó Manolito, en más de una ocasión, a pronunciar los términos “agigante” y “antiguos canarios” cuando nosotros le preguntábamos por nuestros aborígenes, que fueron los suyos. Quizás de esta manera se consideraba él mismo y a nosotros como “pequeños nuevos canarios”.

Manuel Guedes


Y nos respondía esta vez a nuestra matraquilla de preguntas, cuando le inquiríamos por lo que sabía de estas personas, aquellas de las que habíamos oído hablar en la escuela y de las que, queriéndolo o sin querer, nos hicimos una suposición de rubias, altas y con los ojos azules. El color de las niñas de sus ojos no se lo pudo corroborar Elías González, el cuentacuentos oficial de la familia, al que le faltaban brazos y entonces se dedicaba, donde había reuniones y fiestas, a cantar poesías y a decir cuentos. Era la forma que tenía Elías de conseguir limosnas con las que mantener su manca vida. Tampoco pudo decirle nada Juan Guedes, su abuelo, acerca del dorado de los cabellos de estos oriundos habitantes. Pero sí coincidieron estas dos personas en la talla de la estatura de los que por allí anduvieron, ocupados en guardar ganado muchísimos años antes que ellos nacieran. Entonces, unas veces uno y otras veces otro, le contaron la historia del último aguijante, de cómo fue perseguido y asesinado, y de donde lo enterraron. Manolito Guedes era muy chico cuando le hicieron este cuento. Tendría, según él, cinco o seis años pero se lo aprendió de memoria:


“...se me quedaba en la cabeza. Nos llamaba la atención porque no se oía hablar de otra cosa... sino esos señores que venían hablando... y así se me quedó en la cabeza”.


Y nos contaba su cabeza que los aguijantes vivian de los animales y con los animales, ovejas y cabras. Y éste, en particular, habitaba por la zona de El Escobonal y Los Orillones, cerca de la Caldera de Los Marteles. Estaba allí porque era pinar.


Caldera de los Marteles. Foto: Sin referencia


“...Pues entonces, en ese pinar, ese canario... allí había agua, que le llamaban el Agua Loriano, que hoy axiste el Pozo Loriano, en el sitio aquel ...y las ovejas venian a beber agua a donde llamaban La Fuente Loriano”.

“...Pero ese aguijante, que quedó solo, no le podían entrar porque era muy fuerte, y entonces... y entonces un godo se puso de acuerdo con los demás... que no lo molestaran, que lo dejaran tranquilo, que él se hacía cargo de él”.

“...No, no le daban nombre, no le decían sino canario y aguijante. Bueno, pues que se puso a acecharlo, el godo, cuando el aguijante traía el ganado al agua, que bebían las ovejas... se dían a la sombra de los pinos, a acarrarse, porque huyendo del calor. Y entonces el godo se montó en un pino a acechar al aguijante. Cuando el aguijante, el ganao iba y se acarraba, el aguijante no vía a nadie, día y sacaba leche de las ovejas y comía... y se acostaba a dormir... y el godo acechando”.

“...Y cuando el aguijante se quedó dormío, se abajó el godo del pino, con dos finchos. Y cuando llegó, el aguijante dormío...“...le mandó los finchos por los ojos y...“...¡le saltó los ojos al aguijante! “Entonces se juntaron y lo mataron. Y lo enterraron allí, que allí está la Asepultura del Aguijante. Ellos mismos, sí, los godos. Lo cojieron, le hicieron el sepulcro y lo enterraron. Y allí acabaron con el último aguijante”.

Obra: Eduardo González.

“...Que los godos por lo visto vinieron a caballo y esas historias, a matar aguijantes. Y los aguijantes tenían mieo... y se empareaban... y se morían juyendo de los godos. “Me jacían a mí los cuentos los viejos, porque nosotros preguntabamos, que eramos chicos, que por qué estaba aquello empareao. Y nos decían los viejos: ¡eso no se toca!... ¡que esa es la Asepultura del Aguijante!”.

Y también nos decía Manolito que una vez le preguntó a su abuelo Juan que por qué no enterraron a ese hombre donde se enterraban a las personas. Y Juan Guedes, acariciándose el bigote, le respondió que era imposible, que de tan grande que era no cabía en el cementerio. Puede ser que Juanito, socarronería aparte, tuviese razón. Yo tengo en mi casa un dibujo de un aguijante. De tan grande que es, no me cabe en la carpeta.


Autor: Eduardo González. Miembro de la Escuela de Garrote "La Revoliá" y de La Federación de Salto del Pastor Canario -Jurria Jaira-.

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