22 ago 2015

El último cabrero de Chivisaya

Foto: Cristobal García. EFE
Uno de los puntales más emblemáticos del pastoreo tradicional en Canarias es sin lugar a dudas Nicomedes Carballo Fariña. Hijo de Juan de Izaña, último gran cabrero de las Cañadas del Teide, con sus 80 años le toca ser el último pastor de Chivisaya en los altos de Candelaria (Tenerife).  


Aunque nacido en La Orotava su vida se desarrolla desde temprana edad en los altos del valle de Güímar siendo los propios vecinos de Araya y el Ayuntamiento de Candelaria quiénes lo propusieron para el premio Tenerife Rural 2015 en homenaje a aquellos cabreros que pastoreaban por Izaña “a semejanza de los guanches” como afirma Nicomedes. 

Su padre, del que aprendió este ancestral oficio, fue expulsado de las Cañadas del Teide por orden del Gobierno de España en 1956 tras la constitución del Parque Nacional y las repoblaciones de pinos que pusieron punto final a la milenaria transhumancia pastoril en la isla guanche. La vida de Nicomedes siempre ha estado ligada a las montañas, riscos y barrancos. Entre sus ocupaciones también figuró la de la extracción de agua de galerías en La Palma, El Hierro y Tenerife, pero sobre todo al pastoreo. Hoy, junto a su perro ‘Moreno’, sólo mantiene un pequeño rebaño de raza sureña de autoabastecimiento y que lleva, según sus palabras,  como un entretenimiento. 

Foto: Cristobal García. EFE.

Cada día se levanta sobre las 3 de la madrugada para ordeñar y cuando sale el sol recorre con sus animales alrededor de una media de 6 kilometros en el paraje de Siete Lomas. Este espacio protegido carcaterizado por sus riscos y pinares ya era recorrido por Nicomedes descalzo cuando tenía 16 beñesmeres. Sobre su vida comenta que “Aquí lo tengo todo, aunque no hay crisis, solo trabajo” ya que se considera “una cabra más en en el corral” porque es a lo que se ha dedicado toda su vida y porque no quiere acabar en los bares ni delante de un televisor. “Yo estoy así de bien por lo que camino. Si estuviera sentado todo el día en mi casa no serviría para nada. Estar en casa viendo la televisión no es vivir”, 

Sin embargo confiesa su pena por el hecho de que entre sus descendientes nadie se haya animado a seguir con su ancestral oficio “A mis nietos no le gusta ni la carne ni la leche de cabra, solo yogures y galletitas; algo que yo no he probado en mi vida”.  Se entristece cuando cuenta que sus cabras son las que quedan desde Santiago del Teide a las cumbres del norte de Tenerife. “Ya nadie quiere tener cabras, hay que estar todo el día dedicado a ellas, es muy sacrificado”, opina el cabrero. De los jóvenes lamenta que “No valen para esto, no aguantan esta vida” y bromea con que que hoy los niños nacen con “los zapatitos puestos”, cuando él se puso lonas con 17 años en la cumbre. Concluye que solo la crisis económica puede hacer que los jóvenes regresen al campo.

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