25 sept 2012

Invocando la lluvia

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Breve artículo de Josué Cabrera que ilustra las nociones básicas sobre el fenómeno de la lluvia (anẓar) desde el punto de vista de las creencias animistas de los antiguos canarios. Un fenómeno atmosférico del que tanto dependían las sociedades amazighes de Canarias y que hasta el día de hoy sigue marcando la vida agro-ganadera de nuestro país


Josué Cabrera*. Hace apenas cinco siglos, las más añejas creencias animistas permeaban la cosmovisión y la profunda forma de entender la vida de la antigua población canaria. Creían que todo estaba dotado de ánima o voluntad propia, desde las montañas, los cauces de los barrancos y los mares, hasta las plantas, los árboles y los animales que poblaban estas Islas. Todo lo que existía, desde las entrañas de la tierra hasta la gran bóveda celeste, era sustentado por una realidad invisible que daba vida y razón de ser a todo lo que los sentidos físicos del ser humano podían experimentar, y más. Todo estaba interconectado, todo era parte de un gran tapiz, en el que numerosas cuerdas eran entrelazadas unas con otras, para dar lugar a un infinito entramado. 

Así entendían la vida, como un gran tapiz. Un tapiz creado y conformado por la Madre del Cielo, por la Matriz del Cosmos, a la que ellos llamaban "Wayyaarmenna" (Guayarmina) en la isla de Gran Canaria, o "Chaghiraghi" (Chaxiraxi) en Tenerife. Ella es la estrella que conocemos actualmente como la Estrella del Sur o Canopo. Según la más antigua tradición isleña, ella sería el principio del Universo. Su explosión lanzaría al espacio los cuatro elementos que componen el mundo en el que vivimos. Ella fue madre de dioses, de genios y ánimas, y de toda la miríada de seres que comprenden la existencia. Su primera gran creación fue la bóveda celeste, cuyo poder sustentador era el dios "Aqqoran",(Acorán) "el Celestial". 

A él honraban nuestros antepasados con grandes sacrificios y diarias ofrendas de leche y manteca de ganado. Propiciaciones que vertían en cazoletas y canalillos labrados en el suelo de piedra que constituía la base de sus "almogarenes" o santuarios. A estos espacios sagrados peregrinaban en épocas de sequía, cuando las lluvias no llegaban a su debido tiempo, para implorar al Dios del Cielo que escuchase sus clemencias y enviase el don tan preciado que restauraría la fertilidad a la tierra, tal y como nos detalla Abreu y Galindo en su "Historia de la conquista de las siete islas de Canaria": 

 "Cuando faltaban los temporales (lluvias), iban en procesión con varas en las manos, y las maguadas (harimaguadas o sacerdotisas) con vasos de leche y manteca y ramos de palmas. Iban a estas montañas y allí derramaban la manteca y leche, y hacían danzas y bailes y cantaban endechas en torno de un peñasco; y de allí iban a la mar y daban con las varas en la mar, en el agua, dando todos juntos una gran grita...


 De este modo, mediante un acto de magia simpatética lograban alterar el curso natural de las cuerdas del gran tapiz universal, preservando así la vida del pueblo y del ganado que se alimentaba del cereal y de los frutos que producían estas Islas. Las ramas agitadas durante la procesión imitaban el ruido de la lluvia cayendo sobre la tierra, a la que se sumaba la imagen visual de las miles de gotas de agua que caían sobre el gentío al golpear el mar con estas mismas varas."Ademmem Aqqoran" (Admenena Acorán), era el grito constante, que en castellano significa "Te suplicamos, Acorán". Así conseguían conmover los poderes del cielo, para que el Dador del Agua se fijase en su amada compañera, la Tierra, y se uniese a ella, derramando su simiente celestial para fecundar su vientre. 

 Sin embargo, junto con los conquistadores europeos, la cruz del cristianismo desembarcó sobre nuestras costas, anunciando la inminente muerte que sufriría la rica tradición de nuestro pueblo, así como los valores y la ética que daban sentido a las vidas de aquellos que caminaron sobre estas islas antes que nosotros, y a los que debemos nuestro más profundo respeto. Las rogativas de lluvia cesaron, y con ellas las mágicas endechas y las peregrinaciones a los montes sagrados. Cuentan que algunas sacerdotisas siguieron trasmitiendo de forma oral, y a escondidas, gran parte del conocimiento místico, siendo luego tachadas de brujas y perseguidas por parte de los reticentes cristianos. 

 Pero los dioses no huyeron a ninguna parte, ni desaparecieron tampoco los espíritus de nuestras montañas, bosques y barrancos. Se encuentran aquí, a nuestro alrededor, en nuestra tierra, junto a nuestros antepasados. Sólo depende de nosotros poder abrir nuestros corazones y ver más allá de lo que nuestros mortales ojos nos pueden ofrecer. Hoy con más razón que nunca, alcemos nuestras voces al cielo y exclamemos: "Ademmem Aqqoran, awi d anar!", "Te suplicamos Acorán, danos lluvia". 

 Josué Cabrera (Estudiante de antropología)

BIBLIOGRAFÍA

 ABREU GALINDO, Juan. 1977 (ca. 1590). Historia de la conquista de las siete islas de Canaria. Ed. de A. Cioranescu. S/C de Tenerife: Goya. 

 PÂQUES, VIVIANE. 1964. L’Arbre Cosmique dans la Pensée Populaire et dans la Vie Quotidienne du Nord-Ouest Africain. Paris: Éditions L’Harmattan, 1995. 

 REYES GARCÍA, Ignacio. 2012. Diccionario Ínsuloamazigh online.  

 SERVIER, Jean. 1962. Les portes de l'année. Rites et Symboles. L’Algérie dans la tradition méditerranéenne. París: Robert Laffont. [Hay una edición completa: Tradition et civilisation berbères. Les portes de l'année. Mónaco: Éditions du Rocher, 1985]. 

 GARCIA BARBUZANO, Domingo. 1987. La Brujería en Canarias. Santa Cruz de Tenerife. Centro de la Cultura Popular Canaria.

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